martes, 22 de septiembre de 2009 | By: El Nazareno

¿Tener la razón, o ser feliz?


Parece un dilema tan fácil de resolver, y muchas veces nuestros propios prejuicios nos impiden solucionarlo de la mejor manera.

Vamos por la vida peleando con todo mundo, en muchas ocasiones sin importar el problema; el sentido es tener la razón, no perder alguna discusión, porque cada una representa una batalla. Una guerra psicológica en la que nos vemos inmersos diario, y en la que el ganador no obtiene un premio, no una recompensa sino aquel autoreconocimiento inútil -acaso el reconocimiento "extra" de otros oyentes-.

Se vuelve crítico cuando se busca un motivo para discutir, pues ese autoreconocimiento se convierte en un sentimiento necesario y el indivíduo se siente incompleto e inseguro si no se gana una discusión.

Ocurre con nuestra pareja amorosa, con nuestros amigos, con nuestros padres, con nuestros jefes... y no distinguimos el momento en el que una plática se transforma en una riña verbal, pero, ¿Qué pasa si damos nuestro brazo a torcer, si cedemos un poco para que termine la discusión y dar paso a un tema nuevo?

¿Vale la pena intentarlo? No hay mucho que perder, y en cambio, se pueden tener distintos beneficios; quizá ahorremos saliva, evitado un coraje, continuado una charla que quizá pudo esfumarse ante una pelea de palabras. Hasta podremos conservar una amistad que quizá se vea fracturada por una discusión absurda.

Pero hay un sentimiento que nos impide realizar esta sencilla práctica: nuestro orgullo. Esa vanalidad psicológica provoca tantos disturbios en las relaciones sociales, que debería ser erradicada; ello sólo se logra con la práctica, así que por mi parte ya inicié el entrenamiento. ¿Tener la razón o ser felíz? la báscula no miente.