martes, 29 de septiembre de 2009 | By: El Nazareno

¿Hago o soy hecho?


Todo lo que el hombre hace es cultura; por tanto, todo objeto ya modificado de su estado natural es un aspecto cultural: Cuando se trata de madera o metales transformados en muebles, es cultura artesanal; al convertir las telas sintéticas en ropa o adornos, es la cultura de la moda; cuando se forman figuras meramente decorativas, se llama arte; y podría continuar con un sinfín de aspectos naturales convertidos en cultura, pero sólo lo ejemplificaba.

Ello nos lleva a concebir un mundo totalmente cambiado, al menos en una zona urbana. Puede percibirse el mundo como algo que nosotros hemos hecho, pues de conservarlo tal cual, nos consideraríamos como una especie sin evolución, aún primitiva; nuestro instinto de comunicación ha logrado que el mundo sea tal cual hoy lo conocemos: donde los teléfonos celulares y el internet permiten una comunicación instantánea aún a miles de kilómetros de distancia. Y entre más moderno, mejor.

Este último punto es el que concierne al tema de este post: ¿Nosotros hacemos a las cosas, o las cosas nos hacen? ¿Somos el adorno de un Blackberry o de una Palm? ¿Nos reducimos a nada sin la iMac o sin la Vaio? ¿Nos colapsamos si nos ponen enfrente una máquina de escribir?

Muchas personas creen ser superiores por traer un traje Ermenegildo Zegna o ropa Louis Vuitton, cuando creen que ésa es su única cualidad: una cara bonita, un cuerpo bien formado o 9 mil pesos cargando sobre la piel.

Tampoco digo que sea malo tener una buena presentación de vez en cuando y en el momento en el que se necesita, utilizarlo. Lo criticable es no poseer características extra al momento de volverse innecesaro el aspecto físico; en las pasarelas o como modelo de una revista, evidentemente las cosas cambian.

Pero cuán triste resulta una vida en la que todo gire en torno a lo superficial, en el auto o vestido de moda, en las zapatillas más caras o los eventos más prestigiosos. O peor aún, a "viborear" a una persona, humillándola verbalmente sin que se dé cuenta.

Hablaba en un post anterior acerca del control, refiriéndome a las máquinas. Podría esta publicación tratar un tema parecido, pero relacionado a todas las cosas; la diferencia radica en que sí necesiitamos a las máquinas, lo que no necesitamos es el sentimiento de arrogancia que (las máquinas y cosas en general) nos hacen creer que tenemos. Entre más tengo, más se de cuánto carezco.