viernes, 17 de octubre de 2008 | By: El Nazareno

¿Soy o me parezco?





Podía observar que otro universo, similar pero inverso, podía verse a través del espejo. Intentaba traspasar esa barrera, mirar lo que mis ojos no me permitían, saber si había algo diferente a mi realidad. No podía. Simplemente me limitaba a observar.
Corriendo, fui a buscar un espejo al baño, que quedaba cerca del cuarto. Lo puse a mis espaldas. El efecto óptico me hacía cuestionarme cuántos reflejos podía distinguir. ¿Por qué hay tantos dedos sujetando un marco con relleno invisible? ¿Qué pensará ese tipo idéntico a mí? ¿Qué pasa si de pronto, deja de tener los mismos movimientos que yo, dejar de ser un simple reflejo?
Quizá yo sea un reflejo de la misma sociedad con la que diariamente me identifico, platico, río, lloro. Tal vez, y sin darme cuenta, adopto las cualidades y defectos de las personas cercanas a mí. Puede ser que nadie sea original, y todos seamos una copia de la fotocopia, al grado que ya no se distinga su contenido.
Si no, ¿Cómo aprendimos a hablar? ¿Cómo es que tenemos preferencias por uno u otro color? ¿Por tal corriente o género musical? No niego que, en base a la fidelidad de los valores que hemos aprendido desde pequeños, es lo más cercano que podemos estar a la identidad propia. Pero de eso a que alguien pueda argumentar que es 100% original en su estilo, dista mucho de la realidad.
También el entorno y las circunstancias definirán nuestro carácter. Si se cuenta con un ambiente tranquilo, generalmente la persona será más seria; si por el contrario, la situación es inversa, gustará de salir mucho a fiestas o será enojón, irritable, etc.
Las actuales tribus urbanas son el claro ejemplo a lo que me refiero. Los punketos, darketos, skaters, emos, y demás identidades populares juveniles sobre todo, comparten características en común. Por lo tanto, si se cuenta con dichos calificativos físicos, ¿Cómo pretende uno de ellos, anunciarse “original”? ¿Y los demás son piratas, o cómo?
“Es que yo soy único, no me parezco a los demás” escuchaba decir a un sujeto de no más de 19 años, seguro de sí mismo y de sus palabras. “Pues tienes dos ojos, una nariz y dos manos, igual que el resto de tus congéneres”, pensé dentro de mí. Intenté interpretar su idea mal expresada. Quizá se refería a que pocas personas comparten la misma opinión acerca de la vida o de otro tema. No se identifica con cierto sector social y ha encontrado una idea común con otro grupo de jóvenes con apariencia física poco común. Y si no era eso lo que intentaba decir, lo ignoro.
Me encuentro de frente al espejo, y veo al estereotipo de mí, Mirándome fijo a los ojos. Seguía mis movimientos con una precisión incalculable (o al menos, con una diferencia imperceptible) y deducía al momento “No puedo ser original. Al menos, soy una copia de ése que se encuentra frente a mí, que sostiene un espejo en su nuca e intenta buscar una diferencia en mi universo”