jueves, 27 de mayo de 2010 | By: El Nazareno

Soy parte de... o soy nada


Es una necesidad la cual, si bien no en el aspecto con el que consideramos a las primarias, sí es verdad que es bpasica para el ser humano e inclusive su ausencia puede ser ocasionada por una patología psicológica y a los que la padecen se les conoce como desadaptados sociales: me refiero a la necesidad del sentido de pertenencia.

¿Por qué digo que es una necesidad? Porque desde el momento en el que nacemos, ese sentido lo percibimos; necesitamos sentirnos parte querida de nuestra madre. Al crecer, necesitamos sentirnos parte de la familia. Al pasar a una infancia consciente, buscamos sentirnos parte de un pequeño grupo de amigos de la colonia. Al ser adolescentes, buscamos unirnos a un grupo deportivo o de alguna actividad con la cual uno se sienta identificado.

Hay grupos sociales en todo nuestro alrededor. Al ir a la iglesia, somos parte del
Catolicismo o Cristianismo; si nuestra pasión es leer, buscamos ser parte de un grupo de literatos o lectores de Literatura; si nos gusta el fútbol, le vamos a algún equipo y nos alegramos cuando conocemos a personas con el mismo denominador.

Así vamos creciendo, y nuestro sentido de pertenencia va tomando matices más específicas. Si durante el desarrollo no buscamos satisfacer esa necesidad del sentido de pertenencia, terminamos por sentirnos diferente a todo. Inclusive los llamados "Emos", al tener características en común y cierta organización para reunirse, satisfacen en ese momento esa necesidad.

Pero explicaré la falta de sentido de pertenencia. Se me ocurre un caso muy particular en este momento: el de David Salinger, escritor de "El guardián entre el centeno", quien tiene una historia muy particular: Salinger, según se narra en su biografía, perteneció a un grupo de narrativa, dentro de los escasos estudios de Literatura que tuvo.

También por el lado sentimental estuvo sujeto a ese sentido de pertenencia, más concretamente en la necesidad de afecto. Se casó una vez con una mujer de nombre Sylvia, para después romper con esa union; tiempo después, volvería a casarse y repetir la historia. A partir de entonces comenzó a aislarse psicológicamente del mundo, quizá porque lo consideraba mundanamente superficial y morboso, jugando la prensa un papel importante en su decisión, pues el proceso de transformar lo privado en público y hacerlo llamativo tal vez le resultaba repulsivo.

¿Por qué? No lo sé, pero me permito suponer que es por las actitudes que demostraron personas similares a las de su hija y de Joyce Maynard, una examante. Dieron a conocer aspectos de la vida de David Salinger que nos resultan interesantes por nuestra naturaleza morbosa y mórbida. Declaran estas mujeres que era "adicto" a los programas de televisión "chatarra", así como beber de su propia orina.

La pregunta es: ¿Es eso relevante? No tanto, como el hecho de saber que en el transcurso de su vida campirana o aislada, siguió escribiendo. Pero tal parece que a la gente lo que le interesa es el hecho de conocer aspectos de su vida criticables, graciosos o humillantes (porque no hay otra manera de escribirlo). Pero ésa es tela de otra tijera que ya desmenuzaré en el siguiente post.

Finalmente, no le gustaba a David Salinger que los demás supieran que escribía, porque era parte de su forma de ser; imagino - me lo permito, de nuevo- que no quería sentirse parte de aquella pasarela de escritores desfilando ante las cámaras, sintiéndose parte importante de la sociedad por tener un micrófono frente a ellos y asistir a comidas y veladas materialistas e hipócritas.

El de Salinger, fallecido hace unos meses, es uno de los ejemplos de desadaptación precisamente explicado en este post; quizá el hecho de beber de su propia orina y ver programas basura en la televisión no sean ocasionados por el mismo sentido de aislamiento, pero son indicios que bien pueden relacionarse.

A final de cuentas, tanto Salinger como los Emos, así como los mismos niños de la calle (aunque bien podría citarse el particular caso de los bebés abandonados); todos sentimos esa necesidad de pertenecer, ya sea por mera satisfacción personal o por instinto de supervivencia (como el caso de los niños de las banquetas). Pertenecer, o no ser, parece ser la cuestión.