sábado, 7 de noviembre de 2009 | By: El Nazareno

Ocasión especial


La ocasión era especial, la corbata combinaba con la camisa y el sol pincelaba una mañana agradable. No acostumbramos formar ofrendas típicas con alimentos; preferimos visitar los lechos nuevos de aquellos que ya no están en carne y hueso.

-¿Por qué te vistes así? ¿para ir al panteón?- Preguntaban en cuanto me veían; y es que se reciben críticas al vestirse fachosamente y formal. La respuesta es tan sencilla como obvia: Nos vestimos bien porque es una representación física de la disposición simbólica. Queremos vernos bien cuando la ocasión es especial, y era lo que ocurría.

Y es que tenemos -como sociedad- una bizarra y contradictoria concepción de la muerte: se le atribuye el género femenino, cuando a la mayoría de los significantes intangibles, el masculino -inclusive alma, que empieza y termina con a-; se le adorna graciosamente como un esqueleto disfrazado de mujer y nos mofamos de ella con versos alusivos a la "no-vida", pero se le teme en exceso cuando existe la posibilidad de que nos suceda.

La convertimos en un fenómeno voyeurista: compramos "La prensa" o "El metro" para ver al muertito de la primera plana; nos encontramos dispersos durante el velorio, pero estamos atentos cuando es hora de sepultar al difunto; nos llama la atención ver el video del asesinado, y entre más sangre, mejor.

La vemos como un hecho misterioso, cuando es natural; como un suceso lejano, cuando pasa en todas partes; como un futuro negativo, cuando puede significar una nueva oportunidad. Pero nuestra condición humana nos convierte en seres indefensos y temerosos ante lo desconocido.

No soy católico, pero definitivamente creo absurda la idea de morir y dejar de existir; es como pensar que somos producto de un accidente. Tengo la idea de que, de cierta manera, nuestros "muertos" no se van, queda su esencia en la tierra. Por eso creo más en la muerte que en la vida, porque la segunda no existiría sin la primera.

El 31 de octubre era un día especial: la corbata combinaba con la camisa y el sol pincelaba una mañana agradable; un conjunto norteño tocaba "un puño de tierra", y mi hermano reía sólo ese día... sólo para mí.