viernes, 14 de noviembre de 2008 | By: El Nazareno

Como ellas...


Miraba de frente a las estrellas, preguntándome cuántos deseos albergan en su interior, cuántas historias habrán escuchado, cuantas lágrimas vieron rodar. A qué superlativa distancia se encontrarán, y aún así las sentimos tan parte de nosotros. Cuántas de ellas alumbrarán los corazones apagados, así como la luna ilumina la manta negra de la noche.

Peldaños para el cielo, regalos del creador para el adorno de las almas tristes y violadoras de los sentimientos, las estrellas cautivan la mirada y enamoran el espíritu. Habiendo tantas de ellas como gotas en el océano, nos conformaríamos con una para observar siempre hacia el crepúsculo infinito. Regalarla a esa persona tan especial.

Son la llama de la velada nocturna, para aquellos bohemios que escriben canciones inspirados por los destellos que emiten. Musa de los poetas perdidos en el anonimato de la oscuridad, nunca cesan, sólo se ocultan durante el día para que esperemos la noche, sólo por ellas.

Una. Sólo una de ellas, que pueda mantener la fe en la alegría, la melancolía y la esperanza. Que decore la austera soledad en la que muchos se encuentran inmersos. Que sea fuente de riqueza para el paupérrimo de júbilo en su corazón. Cobija del abandonado y protección del lastimado. Pero no es así. Ellas están tan lejos, que caben en la palma de la mano a millones de kilómetros. Quizá en este momento ya no existan, y sólo sean la imagen que percibimos de un pasado marcado por la distancia, como muchos así guardamos lastimosamente los recuerdos, como si fueran el mismo presente. Ya no están aquí, pero lo sentimos tan cerca… Como si hubiera sido ayer.

Yo simplemente las admiraba desde mi posición de insignificante ser, deseando tener el mismo brillo que ellas.