Hecho en México... al chile

Muchas veces no comprendemos lo que un fenómeno natural puede provocar en el actuar y el razonamiento humano.

Es increíble cómo el mismo incidente puede cambiar de acuerdo a la sociedad y las circunstancias culturales, como el portento de los mineros sepultados. No es agradable saber que en Chile se realizó un acto que, quizá sin la intención de ser exhibicionista pero consiguiéndolo con los medios de comunicación, sería una lección de supervivencia, disposición de ayuda y cooperación, mientras que en México el mismo fenómeno representó la falta de interés, desorganización y escaso sentimiento humanista.

En la veta San José se hizo una caravana para salvar a las 33 personas que quedaron sepultadas bajo tierra, y aquí en Pasta de Conchos se han suspendido las labores de rescate sin salvar ni uno de los 65 individuos. Allá bastaron poco más de dos meses para realizar el rescate y en México las personas ruegan a las autoridades reiniciar a más de 50 meses de ser incapaces de hacer lo mismo.

Allá lo único penoso es que el gobierno intente recuperar algo de dinero de lo que se inyectó en el proyecto de rescate, y que hasta se haya pensado en llevar a los 33 mineros con etiqueta de héroes -sin haber hecho nada, en realidad- y a la cápsula fénix de gira; aquí lo más vergonzoso es que el gobierno no se hizo responsable de la explosión en la mina, no buscan indemnizar siquiera a los familiares de los probables muertos y, lo que es peor, parece que hubo una connivencia entre Grupo México y los gobiernos federal y estatal para evitar la labor de rescate.

La pregunta no es el qué, sino el por qué del resultado desigual ante el mismo fenómeno en culturas distintas. Lo que hay que reflexionar no es el por qué existe una subespecie desinteresada en ayudar, sino que nosotros como sociedad lo estamos permitiendo y que tenemos que rogarles para que hagan su trabajo. Me parece, lo sucedido en ambos casos y enfocado en el resultado negativo mexicano, que pesa más la permisividad del gobernado ante la indiferencia del gobernante, la tolerancia del moralista con la prostituta ante los actos putiles de aquella.