jueves, 7 de octubre de 2010 | By: El Nazareno

Un siglo de años, una eternidad de recuerdos

Doña Berta, extrañada de su presencia en el lugar, observa cómo le colocan la medalla en el gran auditorio, junto con otras personas de sus tiempos. El lugar huele a polilla, a carne decrépita, a memorias, a tierra y a pólvora de carabina, pero la señora Berta no alcanza a percibirlo, sólo se reproducen los olores con imágenes vivas dentro de su mente.

Apenas era una niña, y doña Berta vio el inicio del difícil y sanguinario reparto agrario, entre la lucha de los revolucionarios y la defensa de los propietarios de las tierras. Los famosos corridos revolucionarios estaban en su apogeo y Doña Berta, hasta la fecha, aún los recuerda y canta con melancolía.

Ella aún era una cría cuando la máxima casa de estudios superiores abría sus puertas. La Universidad Nacional Autónoma de México era la nueva opción para aquellos estudiantes afrancesados que deseaban continuar con su aprendizaje académico; por supuesto, doña Berta no estaba contemplada dentro de los planes del recinto.

Nunca se enteró de la Primera Guerra Mundial porque aún era muy niña para comprender lo que ocurría y además porque los escasos medios de comunicación no eran para las personas comunes y menos para las de clase socioeconómica baja o rural; además, México no participó sino hasta la Segunda. Berta sólo escuchaba los rumores de aquel combate en 1944, pero no la inquietaba en absoluto; sólo rezaba porque a ella no le pasara algo -ni a su familia-.

Lázaro Cárdenas fue su presidente favorito. Durante su sexenio se vislumbró la etapa más cercana al solcialismo y en su etapa de dirigente del país desarrolló la expropiación petrolera y, sobre todo y más importante para Doña Berta, la reforma agraria. Gracias a ésta y su -lenta pero visible- evolución su esposo y ella dejaron de ser esclavos de los latifundistas poco a poco.

Doña Berta fue testigo de la llegada del hombre a la Luna, del movimiento estudiantil y la masacre de hombres y mujeres, de la invención de la televisión -y a la cual no tuvo acceso sino hasta 1980, año en que su hijo le regaló una-, de la invención de la era sin cables y, por supuesto, de internet.

Doña Berta siempre sufrió de pánico escénico, de miedo al ridículo y la atención de otros sobre su persona. Hoy se encuentra sentada para ser admirada y honorificada por Margarita Zavala y los presentes en el homenaje a las personas con más de un centenar de años cumplidos; recibe su medalla con cierta pena y regresa a su lugar, para ser ahogada por una marejada de aplausos y regresar a su vida cotidiana, sepultando de nuevo sus recuerdos en el sarcófago de la memoria.