martes, 7 de diciembre de 2010 | By: El Nazareno

La vida no vale nada...

Édgar no lo sabe y es el único, al parecer. El precio de la vida se adquiere gracias a la suma de valores y experiencias durante la infancia y madurez, de amistades y servicios en favor de la humanidad, por muy insignificante que parezca el acto. Pero Édgar no tuvo tiempo de saberlo; siquiera de averiguarlo.

¿Alguna vez alguien habrá valuado una vida?  Es decir, si alguien llegara y me ofreciera cualquier cantidad de dinero por quitarme la vida, ¿cuánto pediría? ¿Y por conservarla? ¿Y por quitar una vida ajena a mis personas cercanas? Son preguntas que resultarían interesantes para Édgar, mejor conocido como El ponchis. Con apenas 14 años, el niño ya se perfilaba como modelo del perfil psicologico de todo sicario sanguinario, con 4 degollamientos por lo menos.

¿Alguna vez se habrá cuestionado su felicidad? ¿En verdad disfrutaba matar? ¿Era por dinero, por costumbre, por obligación o, en el peor de los casos, por placer propio? Yo no me imagino asesinando a una persona aún a mi edad o más adelante. Me resulta, más que impresionante, lamentable saber que los niños son entrenados para servir a la mafia aún desde antes de adquirir conciencia plena; que sean pistolas de verdad y no de agua las que utilizan en su infancia. Que en lugar de quitarle la cabeza a un insignificante muñeco, lo hagan con una persona.

Los mandos altos del narcotráfico hallaron en los menores una posible solución al castigo de sus crímenes. Los menores, al cumplir la mayoría de edad, evitan un castigo más duradero, pues deben ser liberados y no enfrentan un segundo juicio al llegar el plazo de sus 18 años cumplidos. Es entonces cuando comienza el reciclaje de sicarios... una vez liberados, pueden desempeñar otro tipo de vacante en el narcotráfico, donde no se les exponga tanto y, en su lugar, entran nuevos niños asesinos.

Mientras esto sucede, un sujeto de nombre Julian Assange es perseguido por los voluminosos cuerpos de seguridad de Estados Unidos por un delito que, viéndolo desde un punto de vista quizá muy retorcido, nos hacía un favor a todos. Develaba información que remarcaba la inseguridad de Norteamericalandia con todos, una paranoia mostrada en archivos publicados para todos. Aquí en México también se persigue a los que descubren secretos políticos, seres llamados periodistas. Y además se les asesina.

Que no nos parezca extraño, entonces, que México se encuentre en el último lugar de la lista de integrantes de la OCDE en cuanto a calidad educativa; que en este país, de cada cien personas, haya 50 pobres, 49 que la sobrellevan y un millonario; no nos sorprenda que se hagan reformas para apoyar a los "pesados pesudos", se les ofrezcan concesiones en televisión a precios de risa y que esos mismo millonetas vivan presos de sus propios temores, con una caravana de guaruras en carros blindados. Felices por el dinero, infelices por no poder presumirlo.

¿Recuento de los daños? El narcotráfico se nos salió de las manos como sociedad y como nación hace mucho tiempo. Con niñez como la mostrada en el caso de Ponchis, el futuro no vislumbra muy agradable -y menos seguro- y la sociedad deja de serlo, para convertirse en una masa de personas individualistas e inseguras del sujeto de al lado, paranóicas y que prefieren ganar dinero fácil, aunque sucio (si los demás lo hacen, ¿por qué yo no?).

Bonito mañana nos espera...