lunes, 18 de enero de 2010 | By: El Nazareno

Puerto príncipe, post trepidus



(Foto: Cortesía de El Universal)

Geffrard, de apenas 15 años de edad, mira sin observar cómo es saqueada una tienda. Reposa sobre una piedra, resto del derrumbe de una casa que, hasta hace poco más de una semana antes, era su hogar. Geffrard sólo espera que los haitianos vándalos olviden ese pedazo de comida en el suelo, para recogerlo con cautela y comerlo, antes de que la desnutrición lo asesine, aunque no parece importale si ello ocurre.

Haití sufrió un terremoto de 7,3 grados Richter el martes (12 de enero), que hasta ahora reporta un saldo de más de 100 mil muertos, millones de damnificados, más del 70% de infraestructura reducida a cascajo.

Inmediatamente, los medios dieron una gran difusión del incidente, armando una gran campaña para la recolección de víveres. Todo parecía indicar una gran solidaridad con un país afectado por un fenòmeno de tal magnitud, y el acopio y su distribución eran una buena herramienta para una reconstrucción de Puerto Príncipe.

Pero todo se vió arruinado.

La ayuda tardó en llegar, y una vez en tierras haitianas, la organización para un óptimo reparto distó mucho del plan. De inmediato y lamentablemente, el lado salvaje del ser humano demostró que aún el instinto de supervivencia nos convierte en seres retrógradas, incapaces de ganar terreno en la evolución humana -al menos completamente-.

El contraste es evidente. Por una parte, la voluntad de personas unidas dispuestas a brindar ayuda incondicional (hablo de personas como nosotros, sin poder político); por la otra, la desesperación reflejada en violencia y vandalismo de los haitianos hambrientos, en busca de satisfacer sus necesidades básicas.

Mientras tanto, Estados Unidos mandó a 3 mil 500 soldados para solucionar tales actos. El problema no es que se manden soldados para ejercer un control solcial, sino el qué ocurrirá después: ¿en verdad no es coincidencia que todos sean norteamericanos (más específicamente, norteamericanos)? ¿No parece una réplica de Afganistán, ahora con un pretexto natural? Es decir, Obama ya no necesitó una guerra para controlar un país; aunque, seguramente, en esta ocasión Estados Unidos estará más vigilado.

Geffrard no tiene opción. Sólo esperará, aunque no sabe qué o a quién. Su hermano se encuentra en una fosa común, y del resto de su familia aún no cuenta con conocimiento de su paradero. Morir ahora le da igual, pues la escena es idéntica al peor de los infiernos que jamás haya vislumbrado en sus ideas más retorcidas Dante Alighieri.