domingo, 21 de junio de 2009 | By: El Nazareno

¿Qué soy?

¿Qué soy, si no un pequeño accidente dentro de un océano de eventualidades? ¿Qué podré significar, si no un número elevado negativamente al infinito, si no un títere desechable de aquello que solemos llamar vagamente destino, si no un elemento insignificante dentro de un tsunami de ciclos?

¿Qué soy, si no un fragmento desfragmentado por la masa, por aquella multitud que te encuentra todos los días, y todos los días te olvida? ¿Qué represento, dentro de todo aquello que ya está representado, y que ultrajantemente se identifica como un número? ¿Qué valor podré tener, en un mundo donde lo único que vale es el dinero, donde la razón de existir se reduce a papel impreso y círculos de cobre, que nos convierten en esclavos de la vida misma?

¿Qué puedo parecer, si no una aglomeración de facciones que me convierten tan similar a cualquier rostro de una fotografía, de un montón de pixeles en una televisión, de un espejo? ¿Qué soy, si no un montón de impulsos electromagnéticos y nerviosos que mis sentidos manipulan y mi cerebro interpreta, y que de manera tan sutil llamamos sentimientos?

La respuesta es simple; tan sencilla como certera, tan complicada como tajante: todo. Yo soy, significo, valgo y represento todo. Tan simple como que yo soy dueño de mi propio destino. Tan sencilla que basta suicidarme para comprenderlo. Tan certera que no hay mejor persona para ser, significar valer y representar a mí mismo, que yo. Tan complicada que se necesitaron muchos filósofos -y los que faltan- para poder comprender que, dentro del universo tan inmenso y complejo en el que existimos, soy nada y todo a la vez; sin mí el infinito entero cambiaría radicalmente y a la vez sólo soy un pequeño eslabón en una cadena sin inicio ni final. Tan tajante, que es así y no podría ser de otra manera.

Porque a la vez soy pregunta y respuesta, duda y solución, soy la fórmula de sí y no. Yo soy lo que necesito ser. Yo soy yo.