martes, 16 de agosto de 2011 | By: El Nazareno

Vidas desmoronadas

Ignacio boxeaba. Era reconocido en el barrio como uno de los mejores amateurs en el pugilismo y necesitaba un par de peleas victoriosas para convertirse en profesional. Antes de probar la cocaína, su familia lo respetaba mucho y en las calles algunos lo veían con respeto y temor. El deporte quedó sólo como un recuerdo en la repisa de los sueños olvidados, en una pizca de la memoria tan borrosa, que apenas puede recordarlo; ahora pide fiado en los locales de comida y sobrevive gracias a aquellas personas que todavía lo recuerdan. Cambiò su nombre para que aquellos que no lo conocieron en el pasado no sospechen de su incidente.

Rodrigo solía pasear en la colonia en sus carros deportivos y las fiestas nunca terminaban. La empresa en la que trabajaba le permitía darse ciertos lujos y las mujeres lo buscaban constantemente, Lucía entre ellas. Después de un romance de once años, Rodrigo probó el cristal en una de las tantas fiestas; nunca se sintió mejor, y sentía la necesidad de experimentar constantemente esa sensación, que era similar a flotar sobre una nube y ser acariciado por Dios. Dejó el trabajo y Lucía aguardó a su lado con la esperanza de un cambio, pero la adicción superó todo esfuerzo espiritual y mental. Fue abandonado por concubina e hijo y ahora mendiga para conseguir una ración de la metilanfetamina que acabó con su vida.

Tommy nunca supo lo que es tener dinero para comer diario siquiera. Le tocó nacer en el lugar equivocado y tiempo incorrecto; su hogar siempre ha sido la calle y cualquier entrada de metro es buena para pasar la noche. La mona siempre lo ayuda a escapar de la realidad, tan cruel que prefiere huir de ella; sabe, pero no razona, que está en el mundo sólo de paso, tiene un sueño que mira tan lejano como el fin del universo. Soñó alguna vez con ir a la escuela y ser un médico reconocido, porque alguna vez lo vio en televisión y tomó el nombre de Tommy de la misma serie televisiva. No sabe su verdadero nombre porque, desafortunadamente, no tiene. Fue una víctima más del frío destino.

Jorge trabaja en esa colonia. Mira casi todos los días el caminar de Ignacio, Rodrigo y Tommy, así como de muchos más que sólo esperan la noche para olvidarse del día y desean el calor del día cuando la noche los congela. Jorge es testigo silencioso de cómo esas personas caen al triste vacío de las drogas. Se extraña cuán fuertes pueden ser los efectos físicos, fisiológicos y sociales que provocan y sólo mira a su bebé y reza todas las noches, con la vaga esperanza de que todo termine un día. Por ellos y los sueños que dejaron de cumplirse por un simple capricho del destino.