lunes, 12 de enero de 2009 | By: El Nazareno

A contrareloj


Vivimos este pequeño proceso, intermedio entre nuestra ausencia del mundo físico previa y posterior, pero parece que es lo suficientemente efímera como para no disfrutarla. La gente va de aquí para allá, procurando ganar cada segundo en su alrededor, como si fuera el último, como si fuera el decisivo. Como si, sin eso que llamamos tiempo, no fueramos nada.

El reloj se vuelve en el verdugo de nuestra paciencia, de nuestra calma; instrumento que nos tortura con sus dos brazos indicando el fin de nuestro día, y no el comienzo de una nueva oportunidad. Lo vemos como un aliado de nuestras actividades, sin reflexionar que es rival poderoso de nuestros sentidos. Entre más vivimos de prisa el mundo, menor es la percepción que tenemos de todo lo que ocurre al lado nuestro.

Todo se vuelve parte de un paisaje cotidiano, que simplemente decora nuestra monótona rutina, sin darnos cuenta de que cada objeto desempeña un papel principal en nuestra vida, cuando la observamos sin la presión de aquel artefacto que delimita nuestra existencia. La vida no son ciertos años, ciertos meses, ciertos días… la vida es una.

Aprendí a valuarla por lo que es y no por lo que un calendario indica. El proceso continúa, ese proceso intermedio entre lo que no es, o al menos, lo que no podemos percibir, siquiera imaginar, pero ya con lo efímeramente inmediata que puede llegar a ser. Disfrutándola.