miércoles, 3 de febrero de 2010 | By: El Nazareno

El barrio, desde otro punto de vista


Tenemos, por lo general, una idea errónea de lo que es la palabra "barrio", fuera o dentro del contexto popular al que se hace alusión. Nos imaginamos, por mero estereotipo, a un montón de cholos parados en una esquina fumando mota o robando a alguien sus pertenencias, bloques completos de casas viejas y con graffiti en las paredes, y peleas callejeras en sitios oscuros.

Hay que admitir que es cierto. En un país en el que predomina la pobreza (1 de cada dos mexicanos) y el gusto por la violencia (y si no, vean cuánta gente compra periódicos de nota roja, como El metro), este tipo de ideas se generalizan.

Muchachos que crecen en zonas marginadas buscan ganar mucho dinero y buscarse el respeto de sus amigos. ¿Cuál es la manera más corta de lograrlo? Vendiendo droga, marcando territorio con "bombas" (grandes graffitis), o peleando, robando o asesinando gente.

Finalmente, y ante la escasez de recursos económicos y de desarrollo intelectual (por la idea generalizada entre los jóvenes de que es la única manera de ser "alguien" en dichas zonas), deciden seguir el mismo camino. Por ello cada vez se llenan más las cárceles, por ello es más fácil el salir de ellas, por eso la delincuencia aumenta alarmantemente.

Ése, creo yo, es el principal problema que nos mantiene encerrados en el mundo atrasado. Es el elemento primordial que nos impide evolucionar, tanto como sociedad, como humanidad. Es una brecha tan delgada, y a la vez tan difícil de romper, que curiosamente cruzándola la sociedad sería por mucho diferente a la actual, y a la vez no la podemos concebir, porque siempre habrá uno que llame "mariquita" al otro.

Y podemos observarlo hasta en los núcleos sociales más refinados. Aquel que no fume o beba, es llamado mojigato maricón. Dichas palabras afectan en su autoestima, al grado de no sentirse parte del grupo social, y por ello decide hacerlo. Sea o no su voluntad. Esto es un ejemplo a escala.

El orgullo del barrio es aquel que logra intimidar hasta al más rudo de los foráneos, aquel del cual hablan por todas las colonias por su manera de imponer su salvajismo sobre todos. El chico malo. En cambio, el muchacho inteligente que busca sobresalir por su capacidad intelectual, es considerado "el pendejito", una rata de biblioteca, un "sin vida".

Recuerdo mucho una película que he visto varias veces, "Blood in, blood out" de Taylor Hackford, que retrata la vida de una familia chicana inmiscuida en el pandillerismo. Notoriamente, la mayoría se identifica con los rudos como Miklo o Paco, rara vez uno se refleja en Cruz, el artista de la familia; lo extraño es que en la película Cruz sí es el orgullo de la banda.

Yo pienso que orgullo debería ser algo que tenga metas positivas en un amplio sentido: desempeñar actividades que favorezcan al reconocimiento público en favor de la humanidad. En el mundo del periodismo, por ejemplo, Jacobo Zabludovsky o Ricardo Rocha, de La Merced y Tepito, respectivamente. En pro de la sociedad, no para su destrucción. Eso sí es un orgullo para lo que, despectivamente, llamamos "barrio".