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La infidelidad se ha convertido en el modus vivendi del personaje común. Más que un error, parece ser símbolo de encumbración para los demás; eres un héroe por ser conquistador y tener el valor de tener más mujeres, aunque tu vida sentimental esté vacía. El problema más grave es mentir para recibir esas medallas; se dice desinteresado por los sentimientos de una mujer hacia uno mismo, aunque en el fondo, cuando los demás no ven ni escuchan, se declare de otra manera.
¿Cuál es el origen de esto? Las raíces. El tronco de la infidelidad tiene tantas circunstancias que la provocan, que se debe hacer una lista. Una raíz es la falta de confianza, por ejemplo. Hay cosas que creemos no debemos compartir porque quizá lastime a nuestra pareja o simplemente porque no creemos que sea relevante y nos da coraje hacerlo. Otro motivo podría ser nuestro inconformismo, ese pensamiento innecesario que provoca que deseemos saciar esa curiosidad que después nos hará infelices por mucho tiempo, aunque en el momento sintamos que tocamos el cielo por unos minutos.
Sin pretender que parezca un texto de superación de pareja, la intención de explicar la costumbre en la que han caído las relaciones de pareja en día. Uno la aplica y el otro la regresa; el hombre lo hace antes de que la mujer lo piense, ella lo hace porque sabe que los hombres "son así". Es una cadena que parece irreversible y que nos atormenta, un rompecabezas tedioso de armar sin necesidad de hacerlo.
Y todo comienza desde los padres. El amor se termina por varios factores y el niño aprende todo lo que ocurre en casa; la separación, la infidelidad, violencia familiar. Son parámetros que se repiten subconscientemente y que se han convertido en regla para la subsistencia social. El humano fiel, aquel que el amor de una persona lo llena emocionalmente, hoy es un anticuado, cursi y estúpido.
Mientras veo El dilema en el cine, los casos de La ley y el orden y escucho programas machistas y feministas en la radio, medito en cómo nosotros cerramos las puertas de la propia felicidad y nos encaminamos hacia una espiral sin fin, inmersos en nuestra absurda forma de pensar. Nuestra triste, absurda e irremediable -hasta que reparemos en ello- forma de pensar en un juego que es más sencillo de lo que parece, y que hemos convertido en un enigma indescifrable.
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